lunes, 8 de diciembre de 2014

LA LITURGIA, FUENTE DE LA VIDA ESPIRITUAL EN LA VIDA CONSAGRADA (I)

Introducción

No sabría decir si la liturgia y su reforma posconciliar han gozado de una acogida y puesta al día excelentes en la vida consagrada durante los últimos cincuenta años.
Las recomendaciones de los Papas, en su magisterio dirigido a toda la Iglesia y a la vida religiosa en particular, han sido realmente abundantes y claras, y estamos seguros de que han caído en terreno bien dispuesto.
Lo que recuerdo, como experiencia personal, ciertamente limitada dentro de su extensión,  ha sido en este sentido muy positivo. He podido constatar cómo, especialmente las religiosas, se movieron, participando en cursillos, clases, charlas, preocupadas por recibir una formación cuidada y, dentro de lo posible completa, pidiendo información y consultando, con una especial atención a la Liturgia de las Horas y también a la Celebración eucarística.
Hemos visto religiosas con verdadera hambre y sed de conocer, gustar, vivir la oración de la Iglesia, empaparse de su espíritu, para poderla vivir y comunicar también a los demás, a través de la catequesis, el ejemplo y la transmisión de lo conocido y vivido; deseosas de  conocer las rúbricas también, pero sobre todo el espíritu, para traducir en ‘vivencia’ lo escuchado y aprendido, y pasar así del ‘saber’ a la verdadera ‘sabiduría’ litúrgica.
Muchas congregaciones y provincias religiosas no han escatimado esfuerzos de todo tipo, con el fin de  ofrecer, en sus planes pastorales y formativos, respuestas adecuadas a las inquietudes de las Religiosas.
Estos esfuerzos, tanto de las personas individualmente como de las instituciones, han dado y van dando ciertamente sus frutos. Y creemos que es justo reconocer que se han producido, concretamente en estos 50 años que nos separan del concilio Vaticano II, y en particular de la Constitución Sacrosanctum Concilium, esfuerzos y realizaciones notables entre los religiosos y las religiosas, en lo referente a su vida de oración, para mejorar no sólo sus celebraciones litúrgicas, sino también la participación en las mismas, siguiendo las directrices de la Iglesia.
Una prueba de ello es el nuevo lenguaje de los mismos textos constitucionales, que rigen los diversos institutos y congregaciones, textos que hasta hace pocos años aparecían entretejidos prioritariamente de normas y leyes canónicas, siempre necesarias, pero no suficientes para alimentar y sostener la vida de las personas y el ejercicio de la misión, al servicio de la Iglesia y de la sociedad.
Sería necesario cotejar las Constituciones de varios Institutos religiosos para confirmar lo dicho. No tengo tiempo para hacerlo, más que con las de la congregación a la que pertenezco. Intentaré ofrecer un cuadro en el que creo puede resultar evidente el paso de los años y de las etapas que ha vivido el instituto, en la penetración y asimilación de la renovación litúrgica.
Destaco ante todo cómo, aun insistiendo conforme también a la voluntad de la Iglesia, sobre las características propias del estilo de vida y de oración según el carisma del instituto, los textos constitucionales presentan hoy la oración litúrgica como fuente primordial de la espiritualidad cristiana y religiosa de la congregación.
Ciertamente, las normas, los estatutos y constituciones no lo son todo en la vida religiosa, sino que es necesario que la vida de las comunidades y de las personas esté en profunda y fiel sintonía  con ellas. Pero es de justicia constatar el camino realizado, como queda reflejado en general en los textos que regulan la vida de los religiosos y religiosas.






[1] Juan Pablo II, Exhortación apostólica Vita Consecrata, 1996, n. 15
[2], Ib. nn. 15-16. 44.
[3] Ib. , n. 22.

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