sábado, 19 de enero de 2013

Contad las maravillas del Señor a todas las naciones

Domingo II del Tiempo Ordinario

Salgo de la adoración eucarística; me he detenido en la lectura-meditación-oración con los textos de la Liturgia de este Domingo II domingo del Tiempo Ordinario. Los textos de la Liturgia eucarística son particularmente elocuentes, expresión de una nueva ‘manifestación’ de Jesús Maestro en las bodas de Caná.
Nos prepara e introduce a la meditación de esta ‘epifanía’ la primera lectura del profeta Isaías con acentos líricos del amor esponsal de Dios hacia su pueblo: “Ya no te llamarán ‘abandonada’ ni a tu tierra ‘devastada’…La alegría que encuentra el marido con su esposa, la encontrará tu Dios contigo”.

Medito los textos eucológicos y me detengo en particular en la oración sobre las ofrendas, que es particularmente densa y rica de contenido doctrinal. Me recuerda la de la Misa vespertina en la Cena del Señor. Una oración que desde antiguo ha formado parte de la liturgia eucarística, y que condensa la Fe de la Iglesia en el Sacrificio de Cristo, en su Misterio pascual, actualizado sacramentalmente en la Celebración de la Eucaristía, “quoties” – “cada vez que celebramos”.
Dice la oración:
“Concédenos, Señor, participar dignamente de estos santos misterios,
pues cada vez que celebramos este memorial del sacrificio de Cristo
se realiza la obra de nuestra redención”.

Para intentar profundizar en el contenido del mensaje del evangelio de las bodas, he querido recordar una meditación escuchada en marzo de 2011 en Roma, del p. J. Ska, jesuita. A través de las dos meditaciones de un día de retiro, ha querido conducirnos a la comprensión de la imagen del “discípulo” en el evangelio de san Juan. Nos decía: «el que parta a la búsqueda del “discípulo” en todo el evangelio de Juan, comienza un recorrido interesante. Tiene que seguir a Jesús con una pregunta muy concreta: ¿quién es el “discípulo”? Tendrá que leer con mucha atención todo el evangelio, recoger indicios, y tentar trazar el retrato del “discípulo”.
Trascribo el comentario, en mi traducción.

Las bodas de Caná (Jn 2,1-12)

El relato de las bodas de Caná es muy conocido. También en esta narración, sin embargo, hay lagunas sorprendentes. Por ejemplo, el relato nos dice quién ha sido invitado a la boda, pero no dice quién se casó en Caná de Galilea. No es normal ir a asistir a unas bodas sin saber quién se casa, sino más bien teniendo la lista de los invitados. ¿Por qué? Podríamos decir que los invitados son más importantes que los mismos esposos. Es verdad. La pregunta, entonces es: ¿por qué los invitados son más importantes? Además, en la lista de los invitados, la madre de Jesús precede al mismo Jesús (Jn 2, 1-2). También este rasgo puede sorprender, especialmente en el evangelio y en una sociedad patriarcal como la del evangelio. Pero es así. La madre de Jesús es mencionada la primera, luego siguen Jesús y sus discípulos. ¿Cómo explicar esto? Releamos el relato.

Llega a faltar el vino, como se sabe, y es María la que se da cuenta. Tenía que estar de algún lado donde se pudiese ver el nivel del vino bajar en las jarras y percibir el nerviosismo de quien estaba encargado de la organización de la boda. De todas formas, María se da cuenta de la cosa. No sólo se da cuenta, sino que reacciona y va a ver a Jesús. Le dice pocas palabras: “No tienen vino” – sólo tres palabras en griego (2,3). La reacción de Jesús es singular y sorprende al lector: “¿Qué tengo yo contigo, mujer? No ha llegado todavía mi hora” (2,4). La primera parte de la frase, traducida aquí con “¿qué tengo yo contigo?” se podría traducir literalmente, con “¿qué hay entre tú y yo?” La frase es conocida y la encontramos varias veces en el Antiguo Testamento (Jue 11,12; 2Sam 16,10; 19,23; 1Re 17,18; 2Re 3,13; 2Cr 25,31), así como en el Nuevo Testamento (Mt 8,29; Mc 1,24; 5,7; Lc 4,34; 8,28; Jn 2,4.). En general, la expresión significa: “¿En qué te entrometes?” En nuestro contexto, el tono es quizás menos agresivo y Jesús puede decir más sencillamente: ”Tu intervención no es del todo oportuna”. De todas formas, la reacción de Jesús no es muy positiva. La razón es sencilla y proviene del contexto. En el mundo bíblico – y no sólo – hombres y mujeres no comían nunca juntos en los grandes banquetes. También hoy en el mundo musulmán, durante la celebración de las bodas, las mujeres se encuentran en una sala y los hombres en otra. Incluso el esposo y la esposa no están juntos durante el banquete de bodas. María se encontraba obviamente con las mujeres y Jesús con los hombres. María, cuando va a ver a Jesús, rompe con una de las reglas férreas de la época: entra en la sala donde se encuentran los hombres. Tenía que tener razones muy importantes para infringir usos profundamente arraigados en la cultura del tiempo. Veremos que la cosa tiene un significado particular por cuanto se refiere a nuestro tema, es decir, la figura del discípulo en el evangelio de Juan.

Jesús, entonces, le dice simplemente: “¿Qué vienes a hacer aquí?” La segunda parte de la respuesta de Jesús es tan enigmática como la primera. En pocas palabras, dice que el momento de cumplir su obra de salvación no ha llegado todavía. Algo, sin embargo, le hace entender a María que su intervención no ha sido infructuosa. Por esto dice a los sirvientes que hagan todo lo que les diga Jesús. Conocemos lo que sigue de la historia: los servidores van a buscar agua y llenan las grandes tinajas preparadas para las abluciones antes de la comida. Las tinajas, nos dice el relato, contenían de dos a tres medidas, es decir, entre noventa y ciento treinta y cinco litros de agua.  En total, contenían entre quinientos cuarenta y ochocientos diez litros de agua. Los sirvientes van a buscar agua, hay que suponer, al pozo de la aldea o de la villa. Calculad, si queréis, cuántos viajes han tenido que hacer, sabiendo que se pueden transportar entre cinco o diez litros al máximo en un viaje. Además, no sabemos cuánto distase el pozo de la casa donde se celebraban las nupcias. Una cosa es cierta: fue una fatiga desmesurada. Hay que decir, además, que toda esta fatiga era, en sí, inútil, porque faltaba el vino, no el agua. A pesar de esto, los sirvientes llenaron la tinajas “hasta arriba” (2,7) y, por lo menos si nos fiamos de la narración, sin protestar. Todo se desarrolla con gran prisa porque las tinajas son llenadas en el mismo versículo en el que Jesús ordena a los sirvientes que las llenen (2,7). Luego asistimos al “signo” realizado por Jesús. Los sirvientes, después de una segunda orden de Jesús, hacen degustar al maestresala – el director de la mesa -, y no es ya agua, es vino. No sólo el agua se convirtió en vino, sino que se trata de un vino preciado, de óptimo gusto.

Podemos hacer, a este punto, dos observaciones que nos ayudarán a comprender mejor el mensaje del cuarto evangelio sobre el ser discípulo. Una primera observación se refiere al signo mismo. ¿Quién sabe de dónde proviene el vino? ¿El maestresala? - en realidad, es la persona encargada de la organización de la fiesta - No, no lo sabe en absoluto. Es raro, porque si alguien hubiese tenido que preocuparse de la falta de vino  y de procurarlo, era precisamente el maestresala. Los sirvientes, por el contrario, saben muy bien de dónde viene el vino. ¡Han sudado bastante para saberlo!

Pero tenemos que dar todavía un paso adelante en nuestra lectura. El maestresala, después de haber degustado el vino, llama al esposo y le dice: “Todo el mundo sirve al principio el vino de mejor calidad, y cuando los invitados ya han bebido bastante, se saca el más corriente. Tú, en cambio, has reservado el de mejor calidad para última hora” (2, 10). ¿Qué significa esto? Significa que el esposo – el anónimo esposo de las nupcias de Caná – tiene, según los usos del tiempo, que proporcionar vino a todos los invitados. Si el vino llega a faltar, es pues culpa del esposo que no ha previsto o adquirido cantidad suficiente para todos. Pues bien, alguien ha visto que faltaba el vino. Alguien ha procurado el vino, y un vino excelente. Podemos preguntarnos: ¿Quién es el verdadero esposo en Caná de Galilea? ¿No sería aquel que procura vino en gran cantidad – entre quinientos cuarenta y ochocientos diez litros para ser más precisos – y además, un vino de óptima calidad?

Ciertamente podemos decir que el verdadero esposo de Caná es aquel que interviene, después de haber sido avisado del problema por María.

Queda otro problema: ¿cómo hacer para descubrir quién es el verdadero esposo de la boda de Caná? La respuesta ya está dada: los sirvientes son los que saben, porque han participado con gran generosidad, en la “producción” del vino, si podemos hablar así. Para conocer al esposo, es necesario ir a sacar agua y llenar las tinajas hasta arriba. Los sirvientes saben que falta el vino. No pueden servir agua. Ciertamente pueden sacar agua. Es lo que hacen, y es precisamente  lo que hay que hacer, y lo hacen bien. El resto le toca al “esposo”, que se encarga de transformar el agua en vino.

            Podemos pensar que la narración de Juan nos presenta en este relato, una imagen del discípulo. En efecto, no se habla más de los sirvientes. Se habla de los discípulos que creen en Jesús (2,11). Los otros huéspedes, en cambio, no se dieron cuenta de nada. Han seguido bebiendo, quizás sin percatarse de la diferencia de calidad en el vino servido durante la segunda parte del banquete – que podía durar siete días (Gn 29,27; Jue 14,12). No han descubierto siquiera quién fuese el verdadero esposo.

Me parece inútil insistir: el relato de la boda de Caná ilustra muy bien cuál es el modo justo de portarse, si uno quiere ser discípulo de Jesucristo y, ante todo, saber quién es el Mesías, el verdadero esposo de su pueblo. En este caso, la madre de Jesús muestra el camino, porque ella es la que, atenta a las necesidades de los huéspedes, descubre la primera cuál es el problema.  

 

 

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