Domingo XVI del Tiempo Ordinario
La
Iglesia en estos meses calurosos del verano 2012 nos acompaña en su liturgia con una Palabra
singularmente ungida y alentadora.
El
jueves de la semana XV, en el pasaje evangélico, escuchábamos la Palabra de
Jesús Maestro que invita “a los cansados
y agobiados” a ir a Él para recibir alivio, descanso, paz. Habíamos escuchado el dái anterior su hermosa explosión de alabanza al Padre
por los sencillos – esos “cansados y agobiados” - que acogen la palabra de la salvación, la revelación
del Padre y del Hijo, mientras los “entendidos” se niegan a aceptarla.
La Palabra de
Dios del domingo XVI del T. O., tanto la 1ª lectura como el evangelio se centran
en la imagen del Padre y del Hijo como “pastores buenos”, que congregan y guían
por los caminos de la vida verdadera a su rebaño. Ante los “pastores que dispersan y dejan perecer las
ovejas del rebaño” de Dios, éste declara: «Yo mismo reuniré el resto de mis ovejas de todos los países adonde las
expulse´, y las volveré a traer a sus dehesas, para que crezcan y se
multipliquen». Para eso el
Señor suscitará de su mismo pueblo “pastores
que las pastoreen… y ninguna se perderá”.
Y así, “el vástago legítimo de David, el Mesías, “reinará como rey prudente”; éste será el Verbo encarnado, Jesús de
Nazaret, el que se presenta como Pastor de las “ovejas que están sin pastor”.
Él es el Pastor “bello, idóneo, auténtico, definitivo”. El verdadero Pastor, “porque
ha sido el único que expuso y depuso su vida por la grey”.
De
Jesús, buen pastor, Marcos subraya en el pasaje evangélico de hoy una cualidad
fundamental: la compasión. "El verbo griego splagchnízomai,
que podemos traducir también por «conmoverse», subraya una implicación
emotiva y sensible hacia la indigencia del otro. La compasión no es sólo un movimiento
interior, nace de una mirada atenta
y se convierte en respuesta generosa e inmediata a las expectativas y a las
necesidades del prójimo".
Sobre
este extraordinario icono de Jesús, pastor compasivo, ha de modelarse la fisonomía de cuantos ejercen un
ministerio en la Iglesia. Lo recuerdo especialmenet en estos días en que damos gracias a Dios por los nuevos 'ministros' ordenados en varias dióecesis españolas. Pero la compasión hacia ‘las ovejas sin pastor’
ha de caracterizar a todo bautizado, que, resucitado a vida nueva, “lleva
también él los estigmas de las preocupaciones sacerdotales de Cristo-Sacerdote,
de su ansia apostólica” (P. Endokimov).
Porque
para quien vive en Cristo, el prójimo no puede ya ser considerado como un extraño ni
ser tratado con indiferencia o fastidio. En efecto, cuando
Jesus miraba a las personas, a la multidud, a la gente, descubría en ellas
el rostro del Padre. Esto les daba
la alegría de descubrir ellas mismas el propio rostro, y de sentirse así amadas por Dios en su singularidad.
"Y
la vida reflorecía como por encanto. Ahora esta «primavera» continúa, debe continuar en la Iglesia,
a través de cada uno de nosotros”.
El cántico de
Ef 1, 3-14 nos dejaba la semana pasada con la referencia explícita a la
presencia y actuación del Padre, del Hijo y del Espíritu. San Ambrosio el miércoles
en el oficio de lectura concluía sus
palabras con esta hermosa síntesis trinitaria:
“Dios Padre te ha sellado, Cristo, el Señor, te ha
confirmado y ha puesto en tu corazón, como prenda suya, el Espíritu”.
Este domingo
XVI, la liturgia proclama de nuevo la lectura de la carta a los Efesios (Ef 2, 13-18) y esta carta nos acompañará hasta la semana XXI del Tiempo ordinario. .
Pablo nos asegura
que "ahora" estamos “en Cristo Jesús”. No sólo le pertenecemos, porque Él nos ha
rescatado con su sangre y su carne, sino que ‘somos’ en Él, y “Él es nuestra
paz”. Con su pasión y muerte, con su misterio pascual, Cristo “ha derribado”
todo lo que nos separa del Padre y de los hermanos; nos ha hecho, en Cristo
Jesús, “un solo hombre nuevo”.
Y así, todos
podemos acercarnos, volver a nuestro origen fontal: “al Padre con un mismo
Espíritu”.
R. El Señor es mi pastor,
nada me falta
El Señor es mi pastor,
nada me falta:
en verdes praderas me hace
recostar.
me conduce hacia fuentes
tranquilas
y repara mis fuerzas.
Me guía por el sendero
justo,
por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas
oscuras,
nada temo, porque tú vas
conmigo:
tu vara y tu cayado me
sosiegan.
Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos;
Me unges la cabeza con
perfume,
y mi copa rebosa.
Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del
Señor
por años sin término.
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