viernes, 3 de octubre de 2008

XXXII Encuentro Internacional e Interconfesional de Religiosas y Religiosos
12 al 18 de julio de 2008

Aunque ya han pasado más de dos meses, quiero compartir algo con vosotros, porque sigue vivo en mi corazón: la experiencia ecuménica, el gran regalo de la participación en el XXXII Encuentro Internacional e Interconfesional de Religiosas y Religiosos (=EIIR) en el Monasterio cisterciense de Sobrado de los Monjes, a unos 60 km de Santiago de Compostela.
Una semana de mediados de julio.
Hemos reflexionado sobre el tema: “La fuerza del Nombre de Cristo corazón del mundo”. El domingo 13 de julio, después de la presentación a cargo del archimandrita ortodoxo Atenágoras, presidente del Comité del EIIR un Hermano cisterciense, Enrique, con una profunda lección-meditación o casi contemplación sobre nuestro ser de “Discípulos de Cristo, peregrinos del mundo” nos introdujo ya en nuestro tema de reflexión y estudio. Con un horario bastante intenso se fueron sucediendo ponencias, mesas redondas de experiencias por ej. “experiencias ecuménicas en Galicia”, otra sobre la experiencia del III Encuentro Ecuménico Europeo en Sibiu, Rumanía, de 2007. Las varias conferencias subrayaron todas, desde una u otra perspectiva, más teológica, vivencial, litúrgica, o de compromiso, el tema que nos había convocado, centrado en “La fuerza del Nombre de Cristo”.

No faltó el regalo en medio de la semana: un día de Visita a Santiago de Compostela, como “peregrinos”: desde el Monte del gozo, fuimos llegando a la Catedral donde participamos en la “Misa del peregrino”. Después de la Eucaristía, el Deán de la Catedral nos acompañó a visitar el Archivo con las preciosidad y riqueza que encierra, especialmente el “Codex Callistinum”. Visitamos la Catedral y llegó la hora de la comida. Después la visita guiada - ¡admirable la organización del Secretariado Diocesano de Ecumenismo de Santiago! - a los puntos más significativos de la capital de Galicia.
Esto es lo externo, lo que se puede dar y efectivamente se da en muchos congresos o reuniones de carácter religioso.

Lo que me marcó como un sello en el corazón diría que fue sobre todo la comunión, la convivencia, el diálogo sereno entre unos y otros. Nos arreglábamos cada uno como podía, con un español y un francés, incluso alemán, más o menos inteligibles. Una experta señora francesa traducía conferencias, intervenciones, diálogos en la sala, además de que el Comité había preparado para todos las conferencias en francés o en español, porque fueron los dos idiomas más usados, pero lo importante fue que nos entendimos casi más con el corazón que con las palabras.
Un clima de fraternidad entre ortodoxos, católicos, protestantes de una u otra denominación.
Las celebraciones, presididas algún día por algún Monje del monasterio, otro día por Su Eminencia el Metropolita Stéphanos de Tallin y de toda Estonia en celebración eucarística ortodoxa, otro día por el Pastor de la Iglesia Evangélica de España, se vivieron en profunda unión y comunión espiritual.
Eso sí: en las celebraciones fue el momento en el que, como es fácil intuir, nos sentimos tocar o casi partir el corazón. La “comunión eucarística”, “sacramento de unidad, vínculo de fraternidad” fue el signo que mostraba nuestras todavía discrepancias en uno u otro aspecto de la fe: no hubo, no pudo haber “intercomunión”, al no existir todavía “comunión plena de la fe”.
A pesar de toda la alegría del Encuentro, de la convivencia, que fue una realidad muy sincera y viva, algo nos dolía por dentro: a todos, a todas.
Sentimos un fuerte empuje a rezar con la oración sacerdotal de Jesús Maestro en la Cena: “Que todos sean UNO, como Tú y Yo somos UNO,... para que el mundo crea” (Jn 17, 21). Una y otra vez en la Eucaristía, en las celebraciones se proclamó este texto, en los tres ritos, y creo que todos nos sentimos más identificados con los sentimientos del Señor Jesús en su oración al Padre. Hemos pedido que la unión de corazones sea pronto realidad plena de comunión de fe.
Con este compromiso de unión en la oración, en la fraternidad, unión espiritual y también afectiva sincera, confiamos que sea posible, cuanto antes lo que también el Papa Benedicto XVI, como Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I y Juan Pablo II han tenido como una grande prioridad: la unión de la Iglesia, la Iglesia que Jesús ha querido y ha fundado.

El comité comentaba la ausencia fuerte que se constató en este XXXII Encuentro de las Monjas luteranas y también de los y las anglicanas. Se comprometieron y nos comprometimos, cada uno desde nuestras posibilidades, a crear puentes, a no dejar que se rompa la comunicación-comunión, que tanto nos enriquece a todos. De veras, el Espíritu trabaja en todos los hombres, de una forma que nosotros ignoramos, pero sus frutos se constatan con gratitud inmensa.
¡Ojalá nos impulse pronto hasta la unidad plena en la comunión de fe, según la voluntad de Cristo Jesús, no la nuestra, sino la suya, y también “según los tiempos de Dios”, que no tiene “tiempo”: para él un día son como mil días y viceversa. Seguimos fiándonos de su Espíritu que es el que conduce a la Iglesia para llevar a cabo la obra realizada por Jesucristo.

Para mí, que participaba por vez primera en estos Encuentros - otras Monjas y Monjes católic@s y ortodox@s, y algunas Religiosas repetían por tercera, segunda, quinta vez la experiencia – siento que ha sido éste uno de los regalos más grandes que el Maestro Divino me ha concedido y lo siento con la responsabilidad del “don y tarea”, sobre todo en la Celebración eucarística y en la adoración prolongada repetir con el corazón y con los labios también la petición del Señor: “Que todos sean uno... para que el mundo crea”.

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