jueves, 20 de marzo de 2008

CELEBRACIÓN DEL MISTERIO PASCUAL


Hemos llegado a los días más importantes del año litúrgico; días en los que celebramos el “memorial” del Misterio Pascual de la pasión, muerte y resurrección del Señor Jesús. Esta celebración está en el centro de la fe y de la vida de la Iglesia. Porque en este Misterio celebramos a Cristo, nuestro Cordero pascual.

A la luz de la liturgia, queremos reflexionar acerca
de la única Pascua del Señor en los tres momentos fundamentales que recordamos en el Triduo Pascual.
La Carta de la Congregación para el Culto Divino, del año 1988 – XXV aniversario de la SC del Vaticano II - presenta el Triduo Santo con estas palabras:
«La Iglesia celebra cada año los grandes misterios de la redención de los hombres desde la misa vespertina del Jueves ‘en la Cena del Señor’ hasta las vísperas del domingo de Resurrección. Este período de tiempo se denomina justamente (en palabras de san Agustín) el ‘triduo del crucificado, sepultado y resucitado’. Se llama también ‘Triduo Pascual’, porque con su celebración se hace presente y se realiza el misterio de la Pascua, es decir, el tránsito del Señor de este mundo al Padre. En esta celebración del Misterio por medio de los signos litúrgicos y sacramentales, la Iglesia se une en íntima comunión con Cristo su Esposo».
La cita de san Agustín (254-430) parecería excluir del Triduo la Misa vespertina en la Cena del Señor. Sabemos que el desarrollo de la celebración anual de la Pascua se produjo
a partir de la Vigilia Pascual.
La peregrina Egeria en su Itinerario de viaje a Palestina y Jerusalén (en torno al año 380), describe con todo detalle todas las celebraciones que tenían lugar durante los tres días de la pasión, muerte y resurrección del Señor. Y por la historia, sabemos que la liturgia de Jerusalén jugó un papel decisivo en la organización de las celebraciones del Triduo Pascual, también en Occidente.
Algunos de nosotros quizás recordaremos cómo se celebraban estos días santos antes de la feliz reforma llevada a cabo por voluntad de Pío XII: en 1951 la Vigilia Pascual, es devuelta a su natural horario nocturno. Y en los años 1955-56 se lleva a cabo la reforma de toda la Semana Santa y de manera muy especial del Triduo Pascual. Con esta reforma, el Triduo ya incluye la Misa vespertina del Jueves Santo, inclusión confirmada por la reforma litúrgica del Calendario Romano en 1969 promulgada por Pablo VI .
Y así el Triduo Pascual queda configurado como “memorial” de la Pascua de Jesús, realizado en
tres momentos consecutivos.

“... Los amó hasta el extremo”


En el Jueves Santo hacemos ‘memoria’ de la última Cena de Jesús, cuando,
“la noche que le traicionaban, instituyó el sacrifico eucarístico de su Cuerpo y Sangre, con el cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz para confiar así a su Esposa, la Iglesia el memorial de su muerte y resurrección” (SC 47).
Es importante justificar el carácter típicamente pascual de la Cena del Señor. porque Jesús ciertamente vivió la Cena con los suyos en clave ‘pascual’. Y en esta Cena introdujo la institución de la Pascua definitiva, cuando, partiendo el pan, dijo: “Esto es mi Cuerpo que se entrega por vosotros” y pasando la copa de vino:
“Éste es el cáliz de la nueva Alianza en mi Sangre derramada por vosotros...”.


La Pascua judía queda ya sustituida para los discípulos por la Pascua de Cristo. Él mismo será nuestra Pascua.
El mandato de Jesús, después de las palabras de la institución, “haced esto como memorial mío o en memoria mía” se entiende bien teniendo en cuenta esta sustitución. Porque, al instituir el sacrificio eucarístico, es como si Jesús dijera a los suyos y a todos nosotros: «De ahora en adelante, cuando celebréis la Pascua, celebradla como memorial mío, de mi pasión salvadora».
La Pascua cristiana, litúrgicamente, comienza a celebrarse cada año, donde realmente empezó, es decir, en el Cenáculo. Y la institución de la Eucaristía necesita ser colocada ahí, en el marco de la Pascua del Señor, con la referencia esencial a la Pasión y a la Resurrección.
Si el momento culminante del Triduo Pascual es la celebración eucarística de la Vigilia, cuando Cristo Resucitado se hace presente glorioso y vivo a la Iglesia Esposa con su Cuerpo y su Sangre, no podemos olvidar que todo esto fue anunciado en el Cenáculo, y que la Iglesia ha conservado en el corazón la palabra que le permite seguir celebrando cada día la Pascua de Jesús: «Haced esto en memoria mía».
Así, pues, la Vigilia Pascual y el Jueves Santo se reclaman recíprocamente y ambos se concentran en el único misterio de la Cruz gloriosa del Viernes Santo, en la
inmolación del Cordero.

La liturgia de la Palabra de la Cena vespertina del Jueves Santo, subraya también a través de la liturgia de la Palabra varios elementos pascuales.
La Iª lectura del Éx 12 habla de la institución de la Pascua judía, cuando los hijos de Israel fueron liberados de la esclavitud de Egipto: en la Palabra se recuerda el mandato de Yahvé de que el pueblo celebre de generación en generación este acontecimiento salvífico como ‘memorial’, fiesta en honor del Señor. El “haced esto en memoria mía” actualizará este mandato para la Iglesia “hasta que el Señor vuelva”.
La 2ª lectura, de la 1ª Cor 11, 23-26 habla de la institución de la Eucaristía y así nos recuerda el misterio de la Cena del Señor, la nueva Pascua, cuyo “memorial” celebraremos como anuncio y proclamación de la muerte del SEÑOR, hasta que vuelva. La Cena de Jesús mira a la Cruz, porque es la “entrega” sacramental de Cristo, que anticipa en los “signos del pan y del vino” la muerte física en la Cruz. Y la Eucaristía, ve ya la Cruz a la luz de la resurrección. Cena, Cruz, Resurrección son los tres momentos inseparables y entrelazados
en el único Misterio de Pascua.


El evangelio de Jn 13
tiene también sabor pascual, sobre todo en las primeras palabras con las que el evangelista abre el discurso sobre la última Cena: «Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre...». A estas palabras, en el evangelio de esta tarde escucharemos, contemplaremos el gesto de Jesús, el “Maestro y Señor”, que lava los pies a sus discípulos: lección de humildad y de servicio que Cristo quiso unir a su “memorial”. A este “gesto” también le acompaña un “mandato” por parte de Jesús, mandato no menos importante, y además siempre en relación con el “haced esto...”: “...Si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros. Os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros” (Jn 13, 1. 14-15). Pocos renglones más adelante dirá Jesús Maestro quizás todavía en forma más categórica:
“Os doy un mandamiento nuevo que como Yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros” (Jn 13, 34-35).
Terminamos con algunas citas de tres Padres de la iglesia, relativas al misterio que esta tarde celebraremos:
San Gregorio Nacianceno afirma:
«El Señor dio el misterio de la Pascua a sus discípulos en el Cenáculo durante la cena y el día antes de su pasión».
Y san Jerónimo: “El Salvador de los hombres celebró la pascua en el Cenáculo cuando dio a sus discípulos el misterio de su Cuerpo y de su Sangre, entregándonos así a nosotros la fiesta eterna del Cordero inmaculado».
Y san Juan Crisóstomo: “Cada vez que con conciencia pura te acercas a la Eucaristía celebras la Pascua. Pascua es, en efecto, celebrar la muerte del SEÑOR”.

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