miércoles, 4 de febrero de 2009

Carta a los Filipenses 4, 1-23

Llego, por fin, al último capítulo de la carta de san Pablo a los Filipenses, meditada y orada en su tiempo, cuando la liturgia eucarística nos la ofreció como primera lectura, pero sin posibilidad de tiempo para transcribir lo que vivía.
La Palabra de Dios siempre “es viva y eficaz”, y por lo tanto, doy gracias al Señor que me ofrece unos momentos para dedicarme de nuevo a leer-meditar-orar con esta palabra del Apóstol a su comunidad tan querida , “añorada, su gozo y su corona”, como él mismo la llama en el inicio de este capítulo.

Como siempre, pido al Espíritu di sabiduría y amor que me ilumine, y que me “introduzca”, como buen “mistagogo” en la “inteligencia” (intus-legere) de la Palabra inspirada por Él mismo:

Espíritu Santo,
te invoco sinceramente:
ven en ayuda de mi debilidad.
Ven, Espíritu de Dios,
y habita en mi mente y en todo mi ser,
para que tu luz ilumine “los ojos de mi corazón”
y pueda yo comprender
la Palabra de Vida y salvación.

Ven, Espíritu de la Verdad,
toma posesión de mi corazón y de mi mente,
acomódate en mi hogar,
conduce mi vida de cada día
según los designios del Padre.

Ven a mí, Espíritu de Jesús,
ven a tu Iglesia,
haznos gustar tu gozo embriagador,
en la acogida confiada de la única Palabra que salva.

aLeo la Palabra


1Por tanto, hermanos míos, queridos y añorados, mi gozo y mi corona, manteneos así firmes en el Señor, queridos. 2Ruego a Evodia, lo mismo que a Síntique, tengan un mismo sentir en el Señor. 3También te ruego a ti, Sícigo, verdadero «compañero», que las ayudes, ya que lucharon por el Evangelio a mi lado, lo mismo que Clemente y demás colaboradores míos, cuyos nombres están en el libro de la vida.
4Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. 5Que vuestra mesura sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca. 6No os inquietéis por cosa alguna; antes bien, en toda ocasión, presentad a Dios vuestras peticiones, mediante la oración y la súplica, acompañadas de la acción de gracias. 7Y la paz de Dios, que supera todo conocimiento, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.
8Por lo demás, hermanos, todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta.
9 Todo cuanto habéis aprendido y recibido y oído y visto en mí, ponedlo por obra y el Dios de la paz estará con vosotros.

10 Me alegré mucho en el Señor de que ya al fin hayan florecido vuestros buenos sentimientos para conmigo. Ya los teníais, sólo que os faltaba ocasión de manifestarlos. 11No lo digo movido por la necesidad, pues he aprendido a contentarme con lo que tengo. 12Sé andar escaso y sobrado. Estoy avezado a todo y en todo: a la saciedad y al hambre; a la abundancia y a la privación. 13 Todo lo puedo en Aquel que me conforta. 14 En todo caso, hicisteis bien en compartir mi tribulación. 15Y sabéis también vosotros, filipenses, que en el comienzo de la evangelización, cuando salí de Macedonia, ninguna Iglesia me abrió cuentas de «haber y debe», sino vosotros solos. 16Pues incluso cuando estaba yo en Tesalónica enviasteis por dos veces con que atender a mi necesidad. 17No es que yo busque el don; sino que busco que aumenten los intereses en vuestra cuenta.
18Tengo cuanto necesito, y me sobra; nado en la abundancia después de haber recibido de Epafrodito lo que me habéis enviado, suave aroma, sacrificio que Dios acepta con agrado.
19Y mi Dios proveerá a todas vuestras necesidades con magnificencia, conforme a su riqueza, en Cristo Jesús. 20Y a Dios, nuestro Padre, la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
21Saludad a todos los santos en Cristo Jesús. Os saludan los hermanos que están conmigo. 22Os saludan todos los Santos, especialmente los de la Casa del César.
23 La gracia del Señor Jesucristo esté con vuestro espíritu.

aMedito la Palabra


En el capítulo tercero, Pablo terminaba recordando “entre lágrimas” a los que se atreve a llamar “enemigos de la cruz de Cristo”, que anulan la eficacia de la libertad y vida nueva que el Señor Jesús nos ha traído con su Misterio Pascual, con su excesivo apego a la Ley y a su riguroso cumplimiento. El Apóstol anima a los filipenses a tener en cuenta que ya no estamos sometidos a “lo terreno”, porque “somos ciudadanos del cielo”.
Inicia el capítulo con las palabras tan cariñosas del versículo 1 que he citado, con las que quiere asegurarse que sus hijos de Filipos se mantengan “firmes en el Señor”.
Luego, casi volviendo a los primeros versículos del cap. 2, hace una acorada invitación a la unidad, a tener “un mismo sentir”. Pero, mientras en el cap. 2 la recomendación iba dirigida a todos los destinatarios de la carta, aquí el Apóstol se dirige a “Sícigo, compañero” suyo, al que confía la solución de los problemas relacionales entre dos mujeres, colaboradoras suyas, “que lucharon por el Evangelio” al lado del mismo Pablo.
No sabemos quiénes eran en concreto estas dos cooperadoras de la obra evangelizadora del Apóstol, pero sí me agrada verlas aquí, como dos de las muchas mujeres que colaboraron con san Pablo a lo largo de su vida y misión. Basta que leamos el capítulo 16 de la carta a los Romanos, “sine glosa” y veremos cómo el Apóstol, a imitación de lo que ya hiciera Jesús, tuvo no sólo como discípulas, sino como fieles cooperadoras a varias mujeres, para las que, contrariamente a lo que a veces se dice, sintió aprecio, gratitud y afecto.
Luego, viene el texto que nos acompañó en las vísperas de los cuatro domingos de Adviento: la reiterada invitación a “estar siempre alegres en el Señor”. Y la razón que motiva esta alegría es: “el Señor está cerca”. Puesto que Jesús, el Señor, está cerca, el comportamiento nuestro ha de ser de “clemencia”, bondad, mansedumbre: un estilo e vida que re-presente en el hoy el mismo estilo del Maestro “manso y humilde de corazón”.
Éste será el mejor testimonio de la presencia del Señor entre nosotros. La oración, la confianza, la acción de gracias serán notas distintivas de este estilo de vida y lo harán posible.
El versículo 8 contiene todo un programa para los filipenses, para mí, para cada cristiano y para todo el que quiera vivir honradamente: 8Por lo demás, hermanos, todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta.
Creo que resume bien lo que en el v. 4 el latín traduce por “modestia” y la Biblia de Jerusalén por “clemencia”: el programa de vida “honrada y religiosa” de la que le habla Pablo a su discípulo y colaborador Tito.
Sigue una acción de gracias sincera, profunda, emotiva por parte de Pablo a los cristianos de Filipos que en más de una ocasión le han socorrido en sus necesidades. Me impacta la delicadeza de sentimientos de nuestro Padre san Pablo, la “humanidad” tan rica que hemos subrayado más de una vez.. Constato la verdad de la afirmación del Crisóstomo: “Cor Pauli – cor Christi”. No se le pasa un detalle. Es más, llega a identificar la ayuda recibida con “un sacrificio” litúrgico; por eso usa nada menos que la expresión “ xusian” propia del “lenguaje litúrgico”, que, por otra parte, Pablo asume en muchas de sus cartas. La aportación de los filipenses es “sacrificio” que no sólo ayuda al Apóstol, sino que ante todo “Dios acepta con agrado”.
A este Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Pablo siempre le recuerda en las doxologías con las que concluye casi todos sus escritos.
Termina con los saludos para todos los hermanos y de los hermanos: Pablo nunca se ve aislado en la obra de la evangelización, en la creación de comunidades, en su misión.
Y una nota importante de la conclusión de los saludos: “especialmente los de la casa del César”. Si la carta está escrita desde la prisión de Éfeso, aquí tenemos la extensión de la obra evangelizadora de san Pablo: hasta los empleados y funcionarios al servicio de los mandatarios romanos, han sido evangelizados y saludan a los hermanos de Filipos.
El final será siempre un augurio o súplica en la que aparece, evidentemente, el Señor Jesucristo, sin el que Pablo no sabe ni decir, ni hacer nada: Cristo Jesús, su Señor, es siempre el centro y la razón de su vida y de su misión.

aOrando la Palabra

Aunque no lo haya citado esta vez de forma explícita, sigo naturalmente en el deseo de dejar que sea el beato Santiago Alberione guiado por el Espíritu, el que me acompaña en mi acercamiento espiritual a la Palabra de Dios en boca del apóstol Pablo.
Vuelvo a las oraciones escritas por nuestro Fundador en sus Ejercicios personales de la primavera del año 1947. Es una oración a Jesús Maestro la que transcribo y que me inspira en la conclusión de la carta a los Filipenses:

Has enseñado una doctrina celestial, con confianza, con sencillez, a todos.
Me has enviado a predicar: soy sacerdote.
Me has dado por
protector a un gran predicador: san Pablo.
Me has entregado almas hermosas para que las instruya, jóvenes escogidos.
Me has proporcionado medios variados y poderosos: palabra, prensa, radio.
¿He cumplido bien tu mandato? No puedo decir que sí, externamente. Internamente, no siempre he orado lo suficiente; no siempre había la debida caridad; ¿faltó a veces la constancia?
Liber scriptus proferetur,
in quo totus continetur,
unde mundus judicetur.
Cuando los oyentes estén ante mí, el día final, podrán decir que no siempre les precedí con el ejemplo: que no hubo en mí la suficiente humildad; que faltó la oración para que la semilla arrojada germinase: «Quid sum miser tunc dicturus?...» [¿Qué soy yo, miserable?, diré entonces]


Rosario, miserere
(S. Alberione, en El Apóstol Pablo, inspirador y modelo, San Pablo 2008, p. 170)

Después de esta oración-confesión, verdadera “confessio laudis-confessio vitae-confessio amoris”, me siento casi anonadada ante la humildad del apóstol Alberione, que el Señor eligió para dar a la Iglesia la “admirable Familia Paulina”, como él mismo la llamó en otro escrito del año 1954, y concluyo con una invocación que nos enseñó y oramos cada día:


Oh san Pablo apóstol, protector nuestro,
Ruega por nosotros y por el apostolado
de los medios de la comunicación social.